jueves, 16 de enero de 2014

“Sí, yo lo maté porque ya no me servía para nada”

“Sí, yo lo maté porque ya no me servía para nada”
Por: Valeria Ávalos

Y de repente un estruendo invade la casa de la familia Masabamda, como si un cristal se rompiera en mil pedazos y dejara a su paso una huella inolvidable. Efectivamente, ese sonido fue producto de un golpe que Rubén recibió en la cabeza por parte de su esposa con una botella de cerveza. “Muérete desgraciado, muérete infeliz, no me sirves para nada”, dijo la mujer mientras enterraba un cuchillo en el costado izquierdo del abdomen de Rubén.
Verónica, sobrina de Rubén, mantuvo una conversación con su tío la noche anterior del hallazgo, él se mostraba feliz por haber conseguido el dinero suficiente para la recuperación de su madre que debido a un derrame cerebral estaba internada en el hospital. “Yo ahorita me estoy yendo a la casa, pero mañana voy a las 05h00 al hospital”, dijo Rubén sin imaginarse lo que le esperaba.
A la mañana siguiente, un escalofrío se pasea por el cuerpo de Verónica, quien recibe una llamada inesperada por parte de su hermano quien anuncia la muerte de su tío. Nunca se imaginó que la muerte tocaría la puerta de su casa, “él era un hombre sano, le gustaba tomar, pero esa noche estaba bien”, dice Lucía, hermana del fallecido.  
Rubén era una persona dedicada a su trabajo, hacía deporte en sus tiempos libres, le gustaba sentir el sabor amargo de la cerveza helada sobre todo en los días soleados, nunca descuidaba a sus tres pequeños hijos, de diez, ocho y un año cuatro meses respectivamente, “así aunque tomadito, por ahí, llevaba comida a sus hijos”, dice Lucía mientras mira con nostalgia el retrato de su hermano ubicado en un rinconcito de la sala.
Una vida sin vida
Durante diez años de casados, Rubén era maltratado por su esposa, al principio como toda pareja mantenían una buena relación, pero al pasar del tiempo los celos acabaron con toda forma de respeto y cariño posible. “Mi hermano en las fiestas no podía bailar con nadie, sólo con ella, pero ella si podía hacerlo, mi hermano tenía que estar sentado con el bebé”, dijo Lucía mientras se secaba las lágrimas.
Cuando la esposa de Rubén ingería alcohol se alteraba y lo trataba como basura. Cada vez él llegaba a la casa de su hermana con severos moretones en distintas partes de su cuerpo, aducía que se debía por fuertes caídas y cosas por el estilo, sin embargo, Lucía no se creía ningún cuento, ella sabía que su hermano era víctima de maltrato, situación que no muchos se atreven a denunciar, apenas el 14 por ciento de hombres lo hacen, es decir alrededor de 8600 ecuatorianos han denunciado maltrato por parte de sus esposas, según la Dirección de Género del Ministerio de Interior en el 2011.
Violeta Rea, psicóloga, dice que “el maltrato intrafamiliar es producto de un sistema, es decir, en la mayoría de los casos la persona aprende esta forma de tratar a las otras personas, también es una forma desesperada de comunicarse, cuando no se puede usar las palabras, cuando no te sientes escuchado, empiezas a estresarte, a tener niveles de desesperación y por eso recurres a un golpe, palabras groseras, gritos, insultos y a todas las formas de maltrato. Se podría decir que hay al menos un 30 por ciento de aumento en este tipo de violencia en los últimos años.”    
Huellas de la muerte
Una sensación de vacío y soledad se percibe en el ambiente, mientras la familia de Rubén mira el cuerpo lleno de heridas con asombro, tristeza y hasta con la esperanza de que todo se tratara de una simple pesadilla. “Dicen que nada ni nadie es eterno en el mundo, pero nadie está preparado para la muerte”, dice Verónica con nostalgia.
Aquella noche, la hija mayor de Rubén experimentó una terrible sensación al ver como su padre se desvanecía entre los reflejos de los cristales rotos cerveceros, la madre de la niña se encontraba bebiendo en su dormitorio junto a uno de sus amigos, cuando llegó Rubén lo presionaron para que comprara una jaba.
Para no tener problemas, Rubén decidió comprar seis cervezas, las mismas que tuvo que bebérselas, al cabo de unos minutos la mujer no paraba de hacer reclamos y peor aún de insultar a su esposo, furiosa porque éste no respondía, decide propinarle un golpe en la cabeza, arrastrarle hasta la cocina y ahí dar fin a la vida de su esposo aduciendo que “ya estaba harta de él” cuando llegó la policía al lugar, la mujer sin remordimiento aceptó la culpa del crimen.

“Él fingía una sonrisa que sólo la podía demostrar ante las personas con las que se llevaba bien, mientras que en su hogar, él sufría demasiado porque nos contaba sus historias, lo que su esposa le hacía, pero igual él siempre dio la vida por sus hijos”, dijo Paola Pillo, vecina de Rubén. 

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